En la historia de la escritura existe mucha evidencia de que los escritores han ganado inspiración con la ayuda de tragos como un whisky, un Martini o una Margarita y han contribuido a que la literatura suceda durante años.
Publicidad:“Si algo malo pasa, bebes para intentar olvidar; si algo bueno pasa, bebes para celebrar; y si nada pasa, bebes para que hacer que algo pase”… escribió Charles Bukowski en su novela Mujeres.
Truman Capote, el autor de dos de las obras más emblemáticas de la cultura estadounidense: “Desayuno con diamantes” y “A sangre fría”, era un amante del Desarmador, la famosa mezcla de vodka, jugo de naranja y rodajas de naranja. Para Capote, beber era parte de su oficio, en sus palabras: “esta profesión es un largo paseo entre las bebidas”.
Publicidad:Se dice que Bukowski no era particularmente exigente con la bebida; sin embargo, una de sus predilectas era el Boilermaker, un trago que consiste en un vaso de cerveza junto a un shot de whisky. Es cuestión de gustos si te los tomas uno después del otro, los racionas o, como buen escritor, los mezclas y bebes ambos de un solo trago. Bukowski alguna vez dijo que: “beber es una forma del suicido en la que se te permite regresar a la vida y comenzar de nuevo al día siguiente. Es como matarte a ti mismo y después renacer. Creo que he vivido diez o quince mil vidas ahora.”
Detrás de James Bond pidiendo un martini “sacudido, no revuelto”, existió Ian Fleming, el creador de este famoso personaje. Fleming no sólo le dio vida a Bond, también inventó el coctel que lo inmortalizaría. El Vesper Martini fue servido por primera vez en 1953, en la novela Casino Royale.
Otra adepta al martini fue Dorothy Parker, poeta y escritora de afamados guiones y críticas satíricas para The New Yorker, Vanity Fair y Vogue. Haciendo gala de su ingenio, alguna vez reveló cuál era el efecto del martini en ella:
“Me gusta tomar un Martini, dos a lo sumo, después de tres estoy debajo de la mesa, después del cuarto estoy debajo de mi anfitrión”.
Jack Kerouac desarrolló un gran amor por la Margarita después de su viaje por México. Quienes lo conocieron afirman que las tomaba a cualquier hora, incluso, se cuenta que en el White Horse Tavern de la ciudad de Nueva York colgaba un mensaje encima de los urinarios que decía: «Kerouac, ve a casa».
Para darle un toque distinto al amor de Kerouac, agrega un poco de jugo de mandarina a tu Margarita.
El poeta galés Dylan Thomas era un bebedor recurrente de whisky; el día que murió, batió su propio récord y se bebió 18 tragos. Contrario a lo que estás pensando, la causa de su muerte no fue el alcohol, sino la neumonía.
Sin Hunter S. Thompson no habría periodismo gonzo, pero este género tampoco existiría sin el bourbon. Reconocido por los excesos, propios y de sus personajes, el autor de Los diarios del ron y Miedo y asco en Las Vegas no dejaba que lo entrevistaran si no se incluía durante la reunión una botella de bourbon.
Para muchos, Eusebio Ruvalcaba es considerado el Bukowski mexicano por las similitudes entre sus pasiones: música, literatura, mujeres y alcohol. En su libro Una cerveza de nombre derrota, nos regaló un ensayo titulado 13 razones para beber ron, la decimotercera es la más honesta: “porque no te alcanza para whisky”.
En su famosa novela Conversación en la Catedral, Vargas Llosa popularizó a través de sus personajes el Chilcano, un tradicional trago peruano que incluye pisco, jugo de limón y agua mineral. La catedral de Mario Vargas Llosa, por cierto, no es una iglesia, sino un bar.
Algunos dicen que el trago favorito de Hemingway eran las Mimosas, otros dicen que el Mojito y unos más que el Daiquiri, por lo que podemos sospechar que al autor de El viejo y el mar le gustaba un poco de todo. Su pasión por la bebida era tal, que inventó su propio coctel, una combinación de ajenjo y champagne helado a la que llamó “Muerte en la tarde”.